Recuento de mi año viajero 2016

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Esta tarde, mientras caminaba bajo el sol de Bangkok, pensé en hacer un recuento de mi año viajero y en todas las cosas que me han ocurrido este 2016 que ya está terminando. Y me pareció adecuado escribirlas. Ya saben, para no olvidar.

A continuación, este fue mi 2016, un año lleno de aventuras.

Incertidumbre.

Esa fue la palabra que alimentó mi comienzo de año. Estaba recién titulada de la universidad y ya tenía un par de propuestas de trabajo como periodista en Chile. Pero siempre lo dije y nada cambió durante esos años de estudio: apenas me titule me voy a ir a recorrer el mundo. No voy a mentir: sí busqué trabajo en Chile. Sabía que sería muy difícil encontrar algo lo suficientemente entretenido y desafiante que me hiciera feliz. O algo que pagara bien y me ayudara a ahorrar un rato para luego viajar y ser realmente feliz.

Pasó enero, febrero, llegó marzo. Me estaba estresando. Ese era el mes en que debía partir. Pero no partí. Para escapar de mi mente —y de Santiago— me fui a Sao Paulo, al World Travel Market, un evento de turismo que resultó ser poco provechoso para mí. Le dije adiós al evento y salí todos los días con José, un amigo nuevo con el que congeniamos a tal nivel que hoy nos consideramos hermanos gemelos.

José me mostró gran parte de Sao Paulo. Apenas despertaba, le enviaba un mensaje por Whatsapp, y viceversa. José hizo que Sao Paulo me gustara el triple.

Volví a Chile y me topé con un pasaje a muy buen precio a Londres. Uff, Europa. Me voy a recorrer Islandia y me quedo una temporada en Portugal, pensé, pero pensé demasiado y el pasaje subió de precio. Moraleja: a veces no hay que pensarla tanto.

Luego encontré un vuelo baratísimo a China que compré con unas millas que alguien muy querido me donó. Esta vez no lo pensé, me compré un pasaje para pasar 6 meses en China. El problema fue que sólo me dieron visa para un mes. Me fui a China, luego vería qué hacer los 5 meses restantes. La noche anterior al vuelo, apreté mi cabeza con la almohada  con los ojos bien abiertos, pensé Qué mierda estoy haciendo. Ir A China no era como ir a Buenos Aires o Nueva York.

Trabajaba freelanceando, escribiendo algunos artículos periodísticos pagados, así que el ítem dinero estaba cubierto. Era feliz, escribiendo mientras recorría ese país en tren. Me volví medio loca con China, me gustó y no me gustó al mismo tiempo —pero volvería mil veces—. Luego me fui a Hong Kong donde me junté con la China, una de mis grandes amigas que es peruana-japonesa y a quien conocí en uno de mis barcos.

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La INCERTIDUMBRE seguía estando ahí. ¿Y el barco? ¿Y si vuelvo a los barcos? Aún tenía ese bichito dando vueltas…

Y adivinen qué… me subí a trabajar al puto barco. Total, me pagaban los pasajes. Desde Hong Kong viajé a Seattle. Justo el día anterior, tuve una noche de aquellas con la China y perdí mi teléfono. Me enfermé del estómago por comer MacDonald’s, tal como las otras dos veces que comí McDonald’s en mi vida.

Camino al aeropuerto, dejé mi mochila en el metro con dinero y pasaporte incluidos, pero los benditos hongkoneses me devolvieron todo justo a tiempo. Todas las señales lo indicaban: no te subas. Pero me subí.

Conocí Seattle y me encantó. Conocí Alaska y me gustó.

Fui a Canadá —oh benditos los sábados que podía pasar la tarde en Victoria y volver al barco a pasar las mejores fiestas en el bar de tripulantes— y lo pasé bien.

En Alaska subí a un glaciar y crucé un bosque, subí una montaña y el 911 tuvo que rescatarme junto a cinco colegas.

El día que fui a Vancouver casi me desmayé del dolor de estómago y debieron ponerme una inyección, todo con tal de poder salir y conocer esta ciudad. Creo que había pasado muchas tensiones desde que me subí al barco, cuando fui víctima de acoso sexual. Al chico lo despidieron y yo quedé con un cargo de conciencia terrible. Fui constantemente señalada como la-chica-que-botó-al-colombiano, especialmente por otras mujeres que no conocen la solidaridad de género.

También hubo cosas positivas. Conocí a Lucas. Aprendí a bailar bachata —¿yo?— y conocí gente increíble. Y una de esas personas ya no está. Dicen que se lanzó del piso 7 del barco. Su cuerpo nunca apareció. Mi querida Natalia Molina, loca y libre, se fue y no dijo adiós. Y no pude más. Por eso aún no puedo escribir sobre mi experiencia completa en ese barco. Aún duele.

Poco tiempo después, un colega insoportable —un flaquito muy mala clase del Caribe— empezó a hacer comentarios y amenazas de que me iba a sacar del barco en una bolsa. Mi jefe, también caribeño, dijo que esa era una frase común en el Caribe. ¿QUÉ? Alguien sugiere que te va a matar y te va a cortar en pedacitos y tienes que hacer como que es normal. Eso, sumado a una serie cosas, hizo que decidiera marcharme luego de apenas cuatro meses a bordo. La voz de Natalia retumba ahora en mi cabeza, ella me lo decía siempre: vete, sé libre, mientras escuchábamos a Soda Stereo con Alaska de fondo.

Por suerte había juntado dinero suficiente para ser libre de verdad. Me bajé en Puerto Vallarta, volé al DF, descansé unos días y tomé demasiados baños de tina. Decidí seguir con mi plan original e irme a Tailandia, desde donde escribo estas palabras. Luego Vietnam y Malasia.

En Chiang Mai me quedé con una querida amiga del colegio a la que no veía hace más de 15 años y fue como si no hubiera pasado el tiempo. Nadé con elefantes, comí pad thai, conocí la noche tailandesa, vi ratas gigantescas, tomé jarabe de marihuana, conocí al hijo de un ex Pink Floyd, visité casas de millonarios expatriados y una china me agarró a gritos porque no quise cortar el aire acondicionado por el que pagué.

Llegó la Claudia, una chilena que conocí en el barco, y mi amiga China, la misma que me acompañó en Hong Kong. Nos fuimos a Vietnam. En Hanoi fui extremadamente feliz: vi más ratas, aprendí a cruzar la calle “a lo vietnamita” entre cientos y cientos de motos, probé el Pho y se convirtió en mi plato favorito. Me compré una “North Fake” y aprendí a regatear como una profesional.

Recorrí el país hacia el sur y visité los túneles de Cu Chi, cumpliendo uno de mis sueños, de aquellos relacionados con guerras —soy periodista, no puedo evitarlo—. Disparé una carabina y me sentí poderosa. Me fui de Vietnam con mucha pena y hoy lo recuerdo con mucha nostalgia. Vietnamitas: todos mis respetos.

Pasé por Malasia —Kuala Lumpur, Penang y Langkawi— y no fue mi lugar favorito. Conocí a un alemán y a un neozelandés y compartimos 48 horas juntos sin parar de hablar, hasta que uno de ellos nos llamó perras sin motivo alguno y la amistad que recién comenzaba se fue a la mierda.

Volvimos a Tailandia. Llovió como nunca llueve en diciembre, arruinando parte del viaje. Conocimos pueblos que nadie visita y comimos delicias en mercados locales. Una familia de franceses nos vio bajo la lluvia y nos llevó en la parte de atrás de su camioneta hasta la estación de buses.

Llegamos a Krabi, luego Phuket y odié Patong Beach y sus viejos libidinosos en busca de tailandesas que son o parecen menores de edad. O quizás estaban en busca de “ladyboys”, pero eso es cosa de gustos.

Cambié mi pasaje de regreso a Chile, vía China. Decidí quedarme en Asia dos meses más.

A regañadientes fui a Phi Phi. Muy turística, pensé. Claudia me regaló el pasaje en ferry por mi cumpleaños. Llegué y me encantó. Me quedé en una pieza compartida entre 20 personas. Fui a la famosa playa donde DiCaprio grabó “The Beach”, película que no he visto y que probablemente nunca vea.

Conocí gente de Jordania y Algeria, y a una gringa-turca loca y de sonrisa fácil que escondía una gran tristeza. Celebré mi cumpleaños, bailé junto al fuego y al amanecer me mojé los pies en el mar. Un inglés 10 años menor que yo quería despertar con una chilena hermosa, mientras un polaco intentaba conquistarme mostrándome sus músculos. Un cumpleaños algo particular.

Con pena partimos a Phuket. Pero hey, al día siguiente era la Full Moon Party en Koh Phangan. Mi presupuesto se fue a la mierda, pero bailé bajo la lluvia junto a 30 mil almas más. Besé a ese chico de Baltimore mientras veíamos el amanecer. Compartí un songtheuw —una camioneta/taxi que se usa en Tailandia— con un grupo de canadienses y francocanadienses, un alemán, un ruso y dos chilenos.

De regreso, mis compañeros de ruta era un grupo de marroquíes, dos belgas y un holandés. Una de las belgas empezó a gritarles a los marroquís que vivían en Bélgica porque no eran capaces de aprender su idioma. Dio un bochornoso espectáculo de cómo ser borracha y racista al mismo tiempo.

Cuando los marroquís se bajaron, se lo dije. No era el lugar ni el momento apropiado ni la manera de tratar a alguien. Y a pesar de que nunca saco nada en limpio por ser así de directa, ella me escuchó en silencio.

Llegamos a Bangkok y Bangkok me estresó y me recordó a Santiago, mi ciudad. Fui al famoso mercado de Chatuchak y huí despavorida. Ir de compras no es lo mío. De noche fui a Khao San Road, una calle de fiestas y mochileros. Me reencontré con el chico de Baltimore y quedamos de vernos en Vietnam —si es que vuelvo a Vietnam el 2017—.

Conocí a su amigo, un irlandés muy irlandés de Belfast y nos quedamos conversando hasta altas horas de la madrugada mientras la decadencia se hacía presente entre la multitud. Fue el punto final de un viaje intenso, a veces difícil, pero absolutamente genial.

Y claro que pasaron muchas cosas más, pero ya las iré recordando una a una.

Aún no termina el año y mañana me voy al que ha sido mi país favorito por los últimos 15 meses: Japón. ¿Mantendrá el primer lugar? Al menos espero tener un épico fin de este año viajero bailando en Roppongi en Tokio 😉

Edit: Me fui a Japón y Japón fue una locura. Llegué a Osaka, me fui a Kioto, en Kioto viví la vida loca, conocí a Pietro —¿les hablé de Pietro?—, pasé el año nuevo en Tokio, fui a Nagoya, y viví en una casa japonesa. Un mes, un mes muy loco del que, quizás un día escriba. Volví a Osaka, hice escala en Shanghai y llegué a Chile el 20 de enero.

Este es un resumen de un resumen. No sé cuanto tiempo estuve viajando, creo que 9 o 10 meses. Pero fue un año perfecto porque era libre para decidir. Fue otro año perfecto en mi vida viajera.

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