Aventuras en El Cairo
Entre mis aventuras en El Cairo no sólo figura una visita a la claustrofóbica cámara funeraria de una pirámide ni un terrorífico paseo en camello. Cuando me bajé, me di cuenta de que mi cámara había desaparecido. De mi cuello solamente colgaba el bolso vacío. Uno de los niños a cargo de los animales me dijo que alguien había llevado una cámara al cuartel de policía.
El famoso “cuartel” no era más que una caseta de unos 4 x 5 metros ubicado, al azar, en medio de la meseta. El oficial me mostró un aparato y, efectivamente, era lo que yo estaba buscando. Ante su mirada de sospecha, le pedí que la prendiera y viera la última foto: salía yo junto al uruguayo.
Convencido, el policía me pasó la cámara y dijo “son cien dólares”. Gastón me agarró de un brazo. “Vamos, apúrate”, dijo. Los uniformados dijeron algo en su idioma, pero ya estábamos fuera del cuartel. Me habían querido estafar.
Los vendedores nos hostigaban continuamente, desde que llegamos a Giza hasta que nos fuimos. Parece que les llamaba la atención mi pelo, porque no paraban de hablarme y ofrecerme sus pirámides en miniatura. Uno me dijo “Compra, precios especiales para ti, Shakira”.
No sé si fue porque me dijo Shakira o porque terminó de agotarme, pero estallé y le grité en inglés: “¡Déjame en paz!”. El vendedor, incrédulo de que una mujer extranjera lo hiciera callar, dijo “¡Eres el demonio en persona!” y se fue.
Ya era hora de volver al bus y seguir con el tour. Ahora, nos llevarían a un almuerzo típico egipcio en un lujoso hotel. Yo habría preferido me llevaran a una mezquita o a un mercado local, pero ya tendría otra oportunidad para hacerlo.
No quiero decir nada en contra del maravilloso Egipto, pero no pude probar comida típica. De hecho, siempre que íbamos a Alejandría, comía en el barco y de ahí me aguantaba hasta que volvía.
La comida en este hotel no fue la excepción. Todo se veía medio descompuesto, incluso los dulces. No quería ofender a los egipcios presentes, así que me paré y salí a ver un poco más de El Cairo. Después me enteré que casi nadie probó la comida.
Tour de compras en El Cairo
En la tercera parte del tour nos llevaron a comprar. Pero a la guía se le olvidó que nosotros no éramos pasajeros.
Difícilmente íbamos a gastar en souvenirs con precios para turistas americanos. Fuimos a una joyería y a un lugar donde hacían papiros.
Un hombre egipcio hizo todo el proceso de limpiar la hoja, estirarla y convertirla en un papel para papiro. Luego de convencernos que los suyos tenían el mismo valor que los del Antiguio Egipto, nos invitó a sacar nuestras billeteras.
Nadie compró. Nikola, Gastón y yo salimos y nos sentamos en una banca, junto a nuestro chofer, un hombre muy amable y educado. Gastón hojeaba un diario y le preguntaba cosas sobre su vida. Yo escuchaba atenta.
De pronto, un niño de unos nueve años se arrojó a mis pies y comenzó a limpiar mis zapatillas negras, teñidas por la arena de Giza. “One dollar, one dollar”, decía. Era muy moreno y tenía unos ojos rasgados muy bonitos. Seis meses después comenzarían las protestas en Egipto. Y yo me preguntaba qué sería de ese niño…
Volvimos al bus, extenuados, camino hacia nuestro hogar: el Navigator OTS. Mis aventuras en El Cairo no terminarían ahí. A pesar de que casi fui estafada, de que me dijeron “Shakira” y no pude probar la comida loca, pocos meses después volvería a las pirámides. Aprovecharía de cumplir otro sueño: ir al museo de El Cairo.
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