Yo soy Lolita: un viaje por la subcultura japonesa

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Las Lolitas de Japón

Faldas pomposas, calcetines a media pierna, listones en el cabello, pestañas de muñeca y mucho rosado o mucho negro. Son las chicas Lolita, un estilo que poco o nada tiene que ver con el provocador personaje de la novela de Nabokov. Más que una moda, ésta es una subcultura nacida a partir de la negativa de las mujeres a ceder ante el rol que la conservadora sociedad japonesa les impuso por siglos.

Es verano y el sol amenaza con derretir las aceras de Takeshita. Bajo sus sombrillas, un grupo de chicas parece no inmutarse ante el 77 % de humedad sumado a los 32 grados que envuelven a Tokio. Una de ellas se mira en el reflejo de una vitrina y asegura que sus pestañas postizas estén su lugar. Su amiga la toma del codo y exclama “¡Kawaii, kawaii!”, apuntando el vestido de inspiración victoriana que luce un maniquí, atuendo casi idéntico a los que ellas llevan. Son un grupo de lolitas que han decidido salir de compras por el sector de Harajuku, barrio japonés que ha visto nacer muchas tendencias fuera de lo común.

El origen de las lolitas se remonta a los años setenta, cuando las jóvenes niponas comenzaron una protesta silenciosa expresándose a través de sus vestimentas. Gradualmente, esto se convirtió en un acto de rebelión hacia el rol de buena esposa que la sociedad conservadora japonesa les imponía. Ellas querían ser libres y no dedicar su vida a sus maridos ni restringirse a vestir kimonos.

La rebeldía se mantuvo, hasta que en los años noventa se popularizó el ultra femenino look lolita, conocido por su delicado y trabajado aspecto de muñeca, que toma elementos de las vestimentas de la aristocracia de siglos anteriores —particularmente del periodo victoriano—, aunque también toma ideas de la literatura y de la moda actual.

Perdida en Tokio

Lolitas de Japón
Ale posando en pleno Akihabara, Tokio.

Son casi las dos de la tarde y la estación Asakusa del metro está colapsada de turistas. La mayoría se dirige al templo Sensoji, el más antiguo e importante de Tokio. Entre ellos, destaca una chica que parece haberse escapado de un animé: lleva una falda de varias capas, una blusa marinera, calcetines rayados, botas negras de charol y un lazo en el cabello. Una cabeza gatuna da forma a su cartera. Todo es blanco o negro o combinado, nada ha sido dejado al azar. Su pelo es oscuro y rizado. Sus grandes y redondos ojos verdes revelan que no es japonesa.

Ale, como le gusta que la llamen, cuenta que unos turistas italianos se acercaron minutos antes a sacarle una foto. “Prefiero que me pregunten”, dice, dando a entender que no es primera vez que alguien quiere llevarse su imagen como recuerdo.

Alejandra Decebal-Cuza nació hace 22 años en Santiago de Chile y lleva casi once meses viviendo en Tokio. Cultiva el estilo lolita hace cuatro, quizás cinco años, desde que un amigo, fanático del Visual Kei, la llevó a una fiesta. Ahí, se enamoró del estilo de las niñas vestidas con trajes inspirados en épocas pasadas. “Decidí que tenía que irme a Japón, como sea. Y surgió una oportunidad”, cuenta.

Acaba de terminar un intercambio de estudios en la capital nipona y, en vez de regresar a su carrera de Bioquímica en la Universidad Católica, Ale decidió extender su estadía en Tokio. Su visa de estudiante le permite trabajar de mesera y así mantener su estilo de vida lolita: ha comprado tantos vestidos que tendrá que enviarlos a Chile en barco.

Recuerda que apenas llegó a Japón, dejó sus cosas en un hotel, y fue a Akihabara, un barrio de Tokio donde se concentran las últimas novedades en electrónica y tecnología. También es la cuna del manga y otras tendencias frikis.

El café temático donde almuerzan las lolitas en Tokio

Lolitas de Japón
Lolitas japonesas. Foto: Flickr.

En Japón existe el concepto de café de sirvientas y a nadie parece incomodarle. Por el contrario, los sueños de miles de fanáticos del manga y la animación oriental —otakus— se hicieron realidad y se creó un lugar donde atienden lindas y sumisas chicas con aspecto adolescente, vestidas con trajes de mucama francesa. Pero su aspecto no es provocativo. Por el contrario, en la entrada del local posan como serias auxiliares de vuelo listas para atender a sus pasajeros. Las fotos están estrictamente prohibidas, a menos que sea para fotografiar la comida que se sirve en el local.

Para entrar al Home Café de Akihabara, hay que hacer fila y esperar a que alguna mesa se desocupe. Al entrar, Ale señala la foto de la mucama que quiere que la atienda. La elegida se presenta en japonés y se arrodilla ante ella. Tiene una edad indeterminada, como si la hubieran congelado en plena adolescencia. Usa dos coletas en el pelo y pestañas postizas que exageran su aspecto de muñeca.

Lolitas de Japón
Un hombre solitario espera su turno afuera del café de sirvientas de Akihabara.

En el mundo de vuelos y encajes es fácil confundirse. Las maid se enfocan en ser mucamas y servir a sus amos, en cambio, las lolitas se esmeran en vivir una vida de princesa. Además, están respaldadas por marcas japonesas que interpretan sus tendencias cada temporada, hay modelos representantes del estilo, revistas con contenido exclusivo para ellas, entre otros.

Sin embargo, aparte del vestuario, hay algo más que las asemeja: tanto sirvientas como lolitas son una representación de carne y hueso del fetichismo japonés por personajes inocentes y jóvenes del animé. A estos café van muchos turistas curiosos y grupos de lolitas, pero también muchos hombres solos en busca de conversación. De cierta forma, los maid café son la versión futurista de los café con piernas del centro de Santiago.

La mucama trae el almuerzo de Ale, se arrodilla otra vez y, con una fingida y exagerada voz de niña, empieza a recitar un hechizo que hará que su ama disfrute el plato. Luego toma el envase de salsa de tomate y dibuja la cara de un gato sobre el omelette. “¡Kawai!”, exclama Alejandra, emocionada. Explica que ése es el término nipón para decir que algo es bonito o encantador.

Comida Kawaii
El gato kawaii dibujado con ketchup en el huevo de Ale.

“No estoy disfrazada”

Las aspiraciones de toda lolita —chilena o extranjera— son conocer Japón, pasear por Harajuku y almorzar en un maid café. Daniela Arias (21) no es la excepción. Tiene unos mechones decolorados que contrastan con su oscuro cabello y dos piercing que sobresalen de su labio inferior. Y a pesar de su bolso de Hello Kitty, nada indica que vestirse de lolita sea uno de sus pasatiempos favoritos.

Hace un año, Daniela comenzó a trabajar en su nuevo hobby y, de una u otra forma, se ha involucrado en distintos aspectos de la cultura nipona. “Yo no soy lola de tiempo completo”, aclara, “pero me encanta el estilo y me llama mucho la atención la cultura y la gente de Japón”. El año pasado estudió el idioma y hoy hace doblaje de animaciones. Además, en algunas ocasiones hace cosplay —se viste y actúa como un personaje de videojuegos— y participa del Hanami, fiesta que celebra el brote de los flores de cerezo y que se realiza todos los años en el cerro San Cristóbal.

Lolitas de Japón
Daniela en pleno look Lolita. Crédito: Daniela Arias.

Una de las cosas que más irrita a una lolita es que le pregunten de qué va disfrazada. “De repente la gente te mira y te hace comentarios como “Oye, andai vestida de huasa“, cuenta Daniela. “Para eso vas a una tienda de disfraces y arriendas algo. Esto es más que eso, hay detalles, dedicación. En Japón es una forma de vida y nadie te critica”, añade. Y no está equivocada. En Tokio, Ale solo recibe comentarios positivos, por lo general de parte de desconocidos y de otras lolitas que alaban sus atuendos.

“En Chile no es algo tan común, aunque hay gente que lo tiene muy internalizado”, continúa Daniela. Las seguidoras de este estilo de vida participan de una serie de actividades consideradas femeninas, como la repostería, el bordado, la costura, entre otros. “Se juntan, toman té, galletitas y todo es bonito”, agrega.

Subcultura o una excusa para no madurar

Lolitas de Japón
Foto: Flickr.

Más allá de su significado original, este estilo refleja la tendencia de los jóvenes y adultos jóvenes de extender lo más posible su adolescencia. Antes, las subculturas nacían, tenían su etapa de ebullición, morían y volvían a reencarnarse en la siguiente generación. Pero hoy ya no son tan pasajeras. Atraen a una nueva clase de adulto, entre 18 y 30 años, que se apoyan en estas tribus urbanas para prolongar su juventud.

Las lolitas chilenas parecen coincidir en que la edad no es un factor determinante. “Si te agrada y lo sabes llevar bien, no creo que debiera haber un límite de edad. Yo conozco gente que tiene 30 años y se sigue vistiendo de lolita. Eso no implica ser menos madura“, afirma Daniela. Alejandra dice que no le importa cumplir años y seguir usando accesorios de Hello Kitty.

Moda pasajera o movimiento cultural, las lolitas sólo quieren hacer lo que les gusta. Y tanto en Tokio como en Santiago, las mujeres jóvenes están haciendo lo que desean y ya no se ven obligadas a obedecer a un rol específico. La gran diferencia radica en que en Japón nadie se va a burlar de una lolita. Están ocupados inventando más tribus urbanas y cafés temáticos.

Este artículo fue originalmente escrito para Reportajes y Perfiles II de la UFT en Agosto de 2015 y editado para LaVidaNómade.

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Lee también Cómo ahorrar en un viaje a Japón y no morir en el intento.

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