La muerte de Bourdain, el hombre que inspiró a querer devorarnos la vida

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Cuando era chica, se murió Kurt Cobain. Me enteré cuando iba a comprar unos bototos negros. Ya a esa —muy temprana— edad cultivaba un look grunge: pelo largo, aspecto desgarbado, camisas de franela que le robaba a mi hermano. Mi mamá me retó por llorar por un drogadicto, por un tipo al que ni siquiera conocía en persona. Y creo que eso fue lo que más me dolió: la poca empatía. En una época donde mis compañeros de colegio me hacían bullying por mis gustos musicales (9 años, Depeche Mode; 13 años, Nirvana), la música era mi gran refugio.

Hoy murió Anthony Bourdain y pasó todo lo contrario. Muchas personas, amigos y desconocidos me escribieron por mis redes sociales para compartir la noticia. Sólo dos días antes había compartido algo gracioso: Facebook me preguntó si podía compartir mis creencias religiosas. Soy atea, así que no entendí de qué me estaban hablando. Pero luego vi el campo rellenado por mí hace quien sabe cuanto: Anthonybourdainismo. Mitad en broma, mitad en serio, Bourdain era como una religión.

muerte de Bourdain

Bourdain me inspiró, como a muchos millones de personas en el mundo.

De la música pasé a los viajes, de los viajes a la comunicación. Y Bourdain fue parte del proceso, o mejor dicho, fue el gestor de este proceso.

En una época en que no sabía ser mujer ni me interesaban temas como “borra tu celulitis en 30 días”, apareció No Reservations en mi vida, con este tipo irreverente, increíblemente sincero, auténtico, con tatuajes, canoso, rockero, a hablarnos de comida y de viajes. Pero a su manera, sin miedo a decir la verdad, sin miedo a ser diferente y con un humor negro mordaz.

Con un carisma único y un estilo envidiable, Bourdain se convirtió en un nuevo ídolo, en un David Bowie de los viajes. Al ritmo de The Stooges, Bourdain nos mostró lo mejor de las calles de Hanoi, nos sacó de la élite de la cocina, nos enseñó a ir más allá, a explorarlo todo, a conectar con las personas. Ir hasta el fondo de las cosas, entender una cultura para poder disfrutar de su gente y su comida.

Sin exagerar, Bourdain nos inspiró a querer devorarnos la vida.

Me obsesioné con Vietnam después de ver el episodio de No Reservations en el país asiático. Viajé de norte a sur a través de los ojos de Bourdain. Incluso comí en varios lugares donde él estuvo. Porque de manera brutal, Bourdain lograba traspasar su energía y sus sensaciones a través de la pantalla. Hizo que me enamorara de Vietnam aún antes de estar ahí.

No siempre nos hablaba del lado lindo del turismo, sino también de su lado más oscuro, como en ese capítulo en Haití, donde su equipo decide comprarle comida a los curiosos que miran su plato callejero con deseo. Todo generó una pelea entre los locales por recibir algo que comer.

El 7 de junio tuve una reunión importante donde hablamos de Bourdain y de su manera natural de vendernos el personaje cool, pero auténticamente cool. En la noche, vi el episodio de No Reservations en Irlanda. Me interrumpió mi hermano que andaba de visita. Pero Bourdain volvió a aparecer en la conversación. Al día siguiente, me enteré por televisión de que había sido encontrado muerto. Causa aparente: suicidio.

Todos los días, sin excusa, entraba al Instagram de Bourdain a ver sus Stories. Stories poco pretenciosas, escenas de Nueva York con una canción post punk como banda sonora o la vista desde la ventana de algún hotel.

Cuando vino a Chile allá por el 2009, fue a la Fuente Alemana, en el centro de Santiago. Yo estaba cerca, demasiado cerca, visitando a una amiga en las Torres San Borja en el metro UC. Alguien me avisó (creo que fue mi papá) que Bourdain estaba ahí. Yo tenía puesta mi polera de The Stooges. Demasiada coincidencia. Pensé que sería cool aparecerme por el local de comida y que Bourdain dijera “Hey, cool t-shirt”. Pero no fui.

Me da mucho pudor eso de andar persiguiendo a famosos. Además, siempre creí que Bourdain vino algo obligado a Chile y se fue medio desilusionado porque no lo dejaron deambular en busca de lo auténtico. Al revés: le armaron un itinerario con lo que Chile quería que Bourdain viera.

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Esta vez mi mamá no dijo nada. Nunca vi a Bourdain en persona, no era mi amigo virtual ni me contestaba los DM que le mandaba por Instagram —tampoco esperaba que lo hiciera—, pero hizo por mí más que cualquiera.

Ahora tengo que trabajar, pero me duele el estómago, me duele de pena. Supongo que así se siente cuando alguien deja un vacío en tu vida.

PD: Es un poco raro esto de rendirle tributo o comentar sobre la muerte de Bourdain o de alguien famoso. Pero la escritura es una vía estupenda para plasmar lo que sea. En este caso, la pena.

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