Experiencia mapuche: el peso de la historia, una introducción
Desde que el hombre blanco pisó tierra mapuche, sus habitantes pasaron a ser ciudadanos de segunda clase. Primero, con la llegada de los españoles; luego, con los colonos de origen suizo, italiano y alemán; hoy, con los grandes empresarios que les arrebatan sus tierras.
Desde entonces, los mapuches son los otros, los marginales, los violentos, los encapuchados, los que no aparecen en televisión más allá de noticias relacionadas con violencia en la Araucanía y que, hasta hace pocos años, no tenían un espacio en cargos públicos.
Según Cristina Ñancucheo, coordinadora local de proyecto de la Universidad Central, un mapuche conoce su condición de otredad desde pequeño. Es el tonto del curso que no habla bien español, el de nombres y costumbres extrañas, el flojo, el pobre, el ignorante. Y siempre, desde el colegio, a los huincas —término usado por los mapuches para referirse a los chilenos que no pertenecen a su etnia— se nos ha sugerido, de una u otra forma, que debemos identificarnos con el español o con el criollo, pero jamás con el indígena.
Pero cuánto nos hemos equivocado. Y digo hemos, porque todos, en cierta medida, hemos contribuido a la discriminación —consciente o no— de los pueblos originarios.
“Los mapuches pensaban que no tenían nada para mostrar”, dice Cristina. Sin embargo, eso está cambiando. Desde hace algunos años, los indígenas se han dado cuenta del valor de su tierra, más allá de la agricultura. Por ejemplo, la elección de mapuches en cargos públicos ha servido de motivación para creer que tienen habilidades y derechos, como todo habitante de Chile.
En tres días, junto a otros periodistas de distintos medios, conocimos los emprendimientos turísticos de habitantes de la IX región, la más pobre de Chile, quienes colaboran para hacer de su tierra un lugar atractivo para el visitante. En tres días, la Araucanía me demostró que todo lo que sabemos —o creemos saber — sobre el pueblo mapuche no se aferra a la realidad.
En Lumaco, Kuralaba se escribe con K
En Lumaco tenían la idea de hacer algo. Algo que los pusiera en el mapa de Chile. Algo que los uniera como comunidad y atrajera a los visitantes. Y ese algo se convirtió en un todo y decidieron hacer la recreación de la batalla de Kuralaba —desastre de Curalaba para los españoles, victoria de Kuralaba, para los locales—.
En el mismo lugar donde ocurrieron los hechos, mapuches y huincas, niños, Carabineros de Chile, funcionarios municipales, adultos mayores, en total, ciento veinte actores y quince caballos, representaron la batalla que el 23 de diciembre de 1558 inició Pelantaru, el gran toqui de Purén, quien junto a 300 hombres atacó por sorpresa a los europeos comandados por Oñez de Loyola.
Seis meses de ensayos fueron necesarios para dar vida a una épica batalla que inició un periodo de alzamiento general del pueblo mapuche que los llevó a quemar fuertes y siete ciudades fundadas por los invasores.
En la Municipalidad de Lumaco, nos recibe el alcalde Manuel Painiqueo Tragnolao junto a una comitiva vestida con los trajes que utilizaron en este inédito proyecto educativo y patrimonial denominado “Kuralaba en la memoria de Lumaco”. Todos están orgullosos del éxito de la recreación llevada a cabo, una auténtica experiencia mapuche que esperan repetir todos los años. Más que un producto turístico, el evento busca darle sentido a la comuna y empoderar a una cultura en torno a su historia en un contexto que explica parte del presente.
El sueño de Sandra
Es primera vez que entro a una ruca. Hace tiempo esperaba este momento, pero no quería parecer de esos turistas que visitan, por ejemplo, a las mujeres jirafa de Tailandia —aquellas que usan anillos en el cuello— y sólo perpetúan una práctica turística cruel. Pero esto no tenía nada que ver. Desde el primer momento que entré a la ruca de Eusebio Tranamil y Sandra Rain, entendí que su emprendimiento se basa en un intercambio cultural donde nos invitan a quitarnos los zapatos y ponernos en contacto con la tierra.
Mientras comemos diquin kopke —sopaipillas— y tomamos mate, Sandra relata que la idea es recuperar las costumbres de sus antepasados.
“Yo me crié con mi abuela en Capitán Pastene y aprendí de ella. Sabía tejer, preparar alimentos y un día le propuse a mi marido hacer mi propia ruca para cocinar”, cuenta Sandra, sin imaginarse que ahí podía desarrollar un emprendimiento turístico. En su ruca, una representación de como vivían sus abuelos, empezó a recibir visitas de escuelas. Lo que más le importa, asegura, es rescatar las tradiciones de su cultura y traspasar las costumbres de sus antepasados a los más jóvenes.
Eusebio hace rucas a pedido. Es un trabajo que se ve relativamente sencillo, pero en realidad, conlleva mucho trabajo. Demora alrededor de tres meses en hacer una ruca, trabajando tres días a la semana. El techo lo hace con paja ratonera que sale en los humedales. “Pero casi no quedan lugares vírgenes donde sacarla”, reconoce. El resto de la ruca está hecho con madera de pino. “Arboles nativos no hay”, asegura.
“El turista está en busca de experiencias únicas e historias”, dice Eusebio, entendiendo el valor de su ruca, muy abiertos al mundo huinca, a diferencia de otras comunidades locales, que no permiten el ingreso de visitantes. Sandra dice que tiene otra mentalidad. “No podría cerrarme al mundo huinca si vienen a hacer algo bueno”.
Hoy la pareja recibe estudiantes y visitantes de Santiago a las que les enseña sus costumbres. “Sin sentir vergüenza porque somos mapuches”, reconoce Sandra.
La entrada a la ruca cuesta 2 mil pesos y si el visitante desea comer, el precio sube a 5-6 mil pesos. Aquí puede quedarse a dormir, hacer café de trigo, mote y merkén y vivir una auténtica experiencia mapuche. “Mi sueño es hacer una ruca con alojamiento”, asegura Sandra.
Ruta fluvial Lafquenche
Una lancha nos lleva desde Toltén hasta Queule para hacer la Ruta Fluvial Lafquenche y llegar al Camping y Ruca La Victoria. La iniciativa corresponde a Praxedes Zapata, Victoria Benavente y Victoria Ñancuán, tres mujeres emprendedoras de la región de la Araucanía que se unieron para promover esta ruta y promover el desarrollo de la comunidad.
Praxedes Zapata, de cabañas Peumayen, además de alojamiento, ofrece arriendo de kayak, descanso y artesanía. En el jardín de su emprendimiento, nos sirve agua de distintas hierbas y postres típicos del campo chileno, como leche asada y nevada, y nos muestra artesanía y mermeladas que tiene a la venta para sus visitantes.
Victoria Benavente es quien se encarga del traslado en la ruta fluvial, navegación que permite el avistamiento de aves únicas. El sol nos golpea suavemente en la cara y pienso que Chile no deja de asombrarme: el paisaje tiene colores que parecen sacados de un cuento. Nos bajamos de la lancha de Victoria con la promesa de repetirlo, pero la próxima vez con pisco sour en mano.
Victoria Benavente en acción.
En el puerto de Queule nos recibe la dulce e inquebrantable sonrisa de María Victoria Ñancuan.
En su Ruca La Victoria rescata la cultura del pueblo mapuche, donde enseña a sus visitantes la rutina diaria del campo.
“Invitamos al visitante a hacer tortilla de rescoldo, café de trigo molido, harina tostada, a hilar tejidos, a comer alimentos producidos por recursos recolectados del mar… ir a pescar, recolectar algas, moluscos y cocinar”, dice María Victoria, sin perder su sonrisa. Lleva 10 años con su empresa turística y sabe bien como tratar a los visitantes que, comenta, llegan a quedarse hasta una semana.
La Ruta Fluvial Lafquenche es un trayecto que hacían sus abuelos. También venían los veleros a vender sus productos. Hoy el turismo revive esa ruta y los colegios y familias de la zona hacen lo utilizan para visitar la ruca de María Victoria.
El hombre de los pájaros
En las cercanías del lago Budi, hay un mapuche de casi ochenta años al que llaman Üñümche u Hombre Pájaro Mapuche, por su don de imitar a los pájaros e interpretar su comportamiendo.
Llegamos a la casa de Lorenzo Aillapán y nos recibe tocando una trutruka y un ñolkiñ en el jardín delantero de su casa, a una cuadra del mar de Puerto Saavedra. Su trato es cercano y alegre.
Este Hombre Pájaro es un destacado representante de su cultura, reconocido por la Unesco, a través del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, como uno de los Tesoros Humanos Vivos, en 2012. Su habilidad lo llevó a viajar por lugares como Francia, Suecia, China y Brasil, mostrando la belleza de los pájaros y su don de imitarlos.
“Desde que era pequeño que me gustaba observar a los pájaros”, dice, y nos hace una demostración de cantos de queltehues, zorzales y otras aves, a las que considera hermanos, todos hijos de una misma madre: la tierra.
Hoy está de regreso en su casa junto al mar para realizar visitas a colegios con el fin de que los niños respeten a las aves y entiendan su importancia. “Un pájaro nunca canta por cantar”, explica Lorenzo. “No hablan, pero entregan mensajes”, asegura.
Si quieren saber más del Hombre Pájaro Mapuche, los invito a ver esta entrevista a Lorenzo Aillapán en The Clinic.
“Estuve muy enfermo… tuve una enfermedad espiritual”, me confiesa Lorenzo, mientras caminamos hacia la playa para tomar unas fotografías. “Una machi me curó” dice, con la misma sonrisa con la que nos recibió.
Y así como todas las personas que aparecen en estos relatos, Lorenzo me demuestra que en la Araucanía la innovación está entrando fuerte entre los locales y hay emprendimientos turísticos y culturales significativos que estamos pasando por alto. Estos relatos son sólo la punta del iceberg.
Una mañana con Lorenzo no es suficiente. El tiempo apremia y debemos irnos, pero siento que este viaje es una invitación a conocer lo que me he perdido durante toda una vida: el orgullo de ser mapuche.
Este circuito es promocionado por el Instituto del Patrimonio Turístico de la Universidad Central con apoyo de Sernatur de la Región de la Araucanía, y fue organizado por CoMedia.
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