Ciudad de México: cuando un viaje sale mal
Venía escapando —literalmente— del barco, de mi último barco, el Pearl. La compañía me había pagado un pasaje a Chile, aunque yo les había pedido un pasaje a Hong Kong, que era desde donde volé para unirme al Pearl. A final de cuentas era MI dinero.
El pasaje hacía escala en Ciudad de México y luego en Panamá, con destino final Santiago de Chile. Cada escala era enorme. Los muy desgraciados me habían comprado el pasaje más económico y limitado.
Nunca me entregaron un recibo ni la diferencia en dinero, si es que la había. Considerando las circunstancias en que me bajé —ya lo contaré, pero no, no me despidieron—, hice caso omiso a la situación. Siempre supe que iba a perder ese último pago.
Decidí quedarme en Ciudad de México e intentar cambiar el pasaje o bien comprar otro con rumbo a Asia. Esperé desde las 8 pm hasta casi la 1 am para que la chica del mostrador de Copa me diera una respuesta. Sé que Copa no viaja a Asia, pero sí las aerolíneas asociadas. Mis experiencias con Copa no han sido las mejores, pero esta vez la chica me dijo que podían darme otro pasaje en el futuro, equivalente al que estaba perdiendo. Ya no me importaba demasiado: llevaba 3 días sin dormir. Y la última noche me mandé la fiesta de mi vida. Entre el sueño y la resaca ya no podía pensar demasiado.
Opté por quedarme 3 noches en un hotel en el Centro Histórico de la ciudad. Pedí un taxi autorizado (por 150 pesos mexicanos) que me dejó en el Hotel Amigo Zócalo. Resultó que en vez de reservar por esa noche y la siguiente, ¡había reservado para la noche siguiente y la subsiguiente!
El reloj marcaba las 3 am y me quería matar. Para colmo había un señor de unos cincuenta y tantos que no paró de hablarme durante unos veinte minutos:
“Francisca, mira que hospitalarios somos los mexicanos”.
“Francisca, pero no te preocupes, deja que te invite a cenar mañana”.
“Francisca, ¿viste que hospitalarios somos?”.
“Francisca, pero mira, puedes dormir acá, en el banco de madera”.
“Francisca, yo fui a Chile. Ustedes son como los alemanes, puntuales y cumplidores”
El aliento a alcohol se le sentía a metros.
Vicente, el recepcionista, era un encanto. Me buscó una habitación en un hostal cercano. Me prestó 150 pesos mexicanos y me llamó otro taxi privado. No quería que le devolviera el dinero, pero se los pasé al día siguiente.
Llegué al hostal y el recepcionista de turno era extremadamente lento. Para colmo, mi tarjeta de crédito no funcionaba, así que usé otra que tengo de emergencia, pero que no quería usar.
Entré a mi habitación compartida —la única disponible— y había una chica durmiendo. Intenté hacer el menor ruido posible y me metí a la cama con ropa y todo. Al otro día debía irme a las 11 am para volver al hotel original, donde tenía las reservas. El cansancio me estaba volviendo loca. Ya era mi cuarta noche sin dormir o bien durmiendo poco o mal.
Al día siguiente estaba muerta y me estaba agripando, cosa que no me ocurrió en los 4 meses que estuve en el Pearl. Pagué medio día extra sólo para no tener que irme a las 11 am.
A las 3 pm agarré mis cosas y me dirigí al otro hotel. Por fin tendría mi habitación privada con baño y sin vista a nada. No me importaba. Sólo quería dormir 72 horas seguidas, revisar mis correos, ver mi blog, despejar mi mente.
Quería conocer el D.F., pero me limité a dar unas vueltitas por el Centro Histórico, a darme eternos baños de tina y a comprar comida en el Seven Eleven de al lado, en pijama, mientras los mexicanos me decían “¡Hola güera!”. Cuando un viaje sale mal y vienes vivir una experiencia traumática, solo quieres descansar. Chao México, será en otra oportunidad.
Para la próxima voy a usar esta guía de qué hacer en Ciudad de México de mis colegas de Descúbrete Viajando.
El Hotel Amigo Zócalo es bastante sencillo y básico, pero está muy bien ubicado y su personal es muy amable. Recomendado.