Pesca deportiva en Coyhaique
Viaje de prensa para conocer los atractivos turísticos de la Región de Aysén y la pesca deportiva en Coyhaique.
La capital de Aysén me pareció limpia, ordenada, bonita, pero el tiempo no alcanzaba para profundizar más en el lugar. Debía recordar que este viaje privilegiaba los atractivos naturales de la región. Pero yo soy citadina y la ciudad siempre me tira.
Almorzamos en la Mamma Gaucha y nos dirigimos a la Estancia Cinco Ríos, un lodge de cinco entrellas que se encuentra a sólo 10 minutos de Coyhaique. Allí nos encontramos con su dueño, Sebastián Galilea, y Héctor Cuell, el guía que nos enseñaría a pescar con mosca. Nos subimos a la camioneta y nos dirigimos a la Estancia Del Zorro, también de propiedad de Galilea.
Construida por inmigrantes ingleses, la casona estuvo abandonada por décadas hasta que el papá de Galilea la compró, en 1977. La familia la usaba como bodega para papas y fardos de pasto, hasta que decidieron demolerla, pero se encontraron con algo que los hizo cambiar de opinión. “El piso era de mañío, precioso, y pensamos que no podíamos destruirla”, cuenta Galilea. Entonces, la restauraron para convertirla en su casa de veraneo. Luego, los turistas llegaron solos.
De pronto se empezó a correr la voz de que el río que se encuentra en la Estancia Del Zorro era propicio para realizar pesca con mosca. Esto se debe a que las aguas que afloran de la tierra generan una temperatura constante que produce una alimentación ideal para que las truchas crezcan.
“No es extraño que pesquen truchas de 3 o 4 kilos”, aseguró Galilea. Era nuestro turno. Para la pesca en la Patagonia, no basta llevar una caña. Además, hay que usar un wader, un pantalón con pies y tirantes para mantenerse seco y aislado del frío. Además, había que sumarle unos zapatos que cumplían el mismo propósito.
Nos vestimos y nos dividimos en dos grupos: Berni y yo fuimos con Héctor y la Andrea se fue con el otro guía, Felipe, un italiano al que no vi pescar, pero con el que nos reímos mucho. Héctor, en cambio, era de perfil más bajo. Estaba enfocado en que entendiéramos el arte de la pesca con mosca. Y es que Héctor sabe lo que hace: desde pequeño se involucró en el arte de lanzar la caña y conocer a la trucha. Para eso, Héctor estudia el ambiente, el clima, el viento.
Debíamos guardar silencio y no pararnos tan cerca del agua. Las truchas te escuchan, te ven. La Berni no pescó nada. Yo tampoco. Después de mucho probar, Héctor se apoderó de la caña e hizo lo que mejor sabe hacer: engañar truchas. De pronto, un gran pez de color marrón picó. El guía me pasó la caña y me vi enfrentada a la fuerza de la trucha. No quería estresarla, así que tiré fuerte para tratar de sacarla lo más rápido posible.
Me sacaron la foto correspondiente con la trucha que no pesqué. Era suave, algo resbalosa. Cuando me di cuenta de que le faltaba el aire, la solté. Las truchas de la pesca deportiva no se comen, pero algunas mueren, producto del estrés. Para mi alegría, este no fue el caso, y mi presa escapó ilesa. Y de pronto, la magia.
Los caballos árabes de Galilea pasaron al frente de mis ojos. Apenas atiné a grabarlos con mi teléfono, sin despegar la mirada de su trote. Uno, dos, cuatro, siete caballos. Mucho más atrás, venía el arriero con un niño. Casi rompo a llorar.
El escenario era —otra vez— perfecto: el silencio de la pampa, los animales corriendo libres, el viento agitando todo a su paso. No era una caso aislado: Coyhaique está lleno de escenarios perfectos.
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