Mi épico Año Nuevo en Tokio 2017
Hace meses ya tenía planeado pasar el Año Nuevo en Tokio, mi ciudad favorita en todo el mundo. Pero en esta oportunidad no estaba sola, así que tenía que someter a votación popular qué íbamos a hacer esa noche. Por breves instantes la idea de ir a Tokio peligró, pero yo iba a ir a como diera lugar, sola o acompañada.
Al final partimos Claudia, China y yo en tren desde Tokoyama hasta un pueblo que ya olvidé, donde su amigo Yen nos estaría esperando. Nos demoramos 5 o 6 horas y, cuando por fin llegamos a la estación, buscamos un baño para producirnos. Como buenas representantes del género femenino, perdimos la noción del tiempo.
Yen nos estaba esperando en su auto. Partimos a Tokio. El plan era ir a una fiesta de Couchsurfing, pero era evidente que no íbamos a llegar a tiempo. La medianoche nos pilló en plena carretera, así que paramos afuera de una tienda 7 Eleven y brindamos con un ron Malibú. A esas alturas tomábamos para calentar nuestros latinos cuerpos poco acostumbrados al invierno nipón.
Tokio nos recibió con sus calles repletas de gente y de policías. ¿Acaso había un atentado? No, sólo era Japón aplicando el orden y la paz, como siempre.
Dónde bailar para el año nuevo en Tokio
Ya abortado el plan A, buscamos un B. Nos recomendaron ir a un club en Shibuya llamado The Womb. ¡Cuarenta mil yenes!, exclamamos cuando nos dijeron el precio de la entrada. Eso equivale a 40 dólares, aproximadamente. Cualquier fiesta de Año Nuevo en Chile vale eso y más, pero tenía que cuidar mi ya adolorido presupuesto después de llevar tantos meses viajando por Asia.
Encontramos otro club cercano cuya entrada costaba 15 mil yenes para las mujeres. Agradecí mis cromosomas e hice la fila. Entonces, se me acercó un japonés súper emocionado a preguntarme si era japonesa (!). Vaya uno a saber qué se había fumado ese pobre parroquiano. “Ah… entonces eres… ¿rusa?”, fue su segundo y fallido intento.
Entramos y fue peor que entrar al Maracaná para el mundial de fútbol en Brasil. La gente empujaba y yo, que odio el contacto humano extremo, me concentré en no morir de estrés y calor. Unos guardias extranjeros de dos metros dirigían a la multitud. Todos llevaban auriculares con micrófono. Me sentía como Beyoncé.
Perdí a mis amigos y fui al baño, donde me vi rodeada de japonesas extremadamente producidas. Algunas estaban muy, pero muy borrachas. Se había perdido por completo aquello que siempre admiré: la amabilidad nipona. ¿Ustedes creen que los hispanos somos los más prendidos para la fiesta? Entonces no han ido a Asia.
Me saqué mis ochenta capas de ropa y quedé en un strapless —esos benditos vestidos de H&M de 12 dólares—. Encontré a mis amigos y nos entregamos a la noche. De pronto, un japonés alto se me tiró encima, ¡cual tigre ataca a su presa! Era bastante agraciado, pero esto no es La Polar, llegar y llevar.
La China hacía sus visitas al bar y siempre volvía con las manos llenas de tragos misteriosos para compartir, mientras yo dejaba los pies en la pista de baile con “Let Me Love You” de Justin Bieber —no me juzguen—. Era el hit del momento y el que nos acompañó durante todo ese mes recorriendo Japón.
De repente se me acercó un niño. ¡UN NIÑO! Era un italiano de 18 años que quería bailar conmigo y quien sabe qué más. Por más que intenté asustarlo —le dije que podría ser su madre—, no hizo caso. Cuando por fin me zafé, un asiático —creo que era de Indonesia— empezó a mostrarme sus mejores de baile y a decirme cosas en el oído, a pesar de que era evidente de que yo no quería ni que me bailara ni que me susurrara nada. Son cosas que pasan en Año Nuevo cuando corre alcohol por las venas de la gente.
Volví a perderme. Y sí, a veces lo hago intencionalmente con el fin de investigar los secretos de la noche. Entonces, vi a un muchacho de rostro triste. Y como nadie merece estar triste para Año Nuevo, me acerqué amistosa, le puse un brazo en el hombro y le dije “Hey, what’s up?”. No se extrañen, la vergüenza no está en mi vocabulario.
El jovenzuelo prendió como pasto seco porque a los cinco minutos de conversar me salió con una frase cursi de serie gringa: “¿Estás lista para salir de aquí y tomar algo en otra parte?”.
Como nada sabe mejor que el alcohol gratis, le dije que sí. Fue a buscar sus cosas, encontré a mis amigos y salimos. ¡Pero salir fue aún peor que entrar! A esas alturas los nipones ya estaban todos destruidos y los guardias SWAT exportados de Occidente hacían lo posible para dirigir el tránsito. Japón, qué raro eres cuando tomas.
Ya afuera, el chico, que era francés, me compró una cerveza. El amigo de la China tenía que manejar de vuelta, así que ya se quería largar, por lo que tuve que despedirme abruptamente de mi nueva conquista. Pero él no quería dejarme ir y nos invitó a su departamento en Shinjuku. Que siga la fiestaaa, pensé.
La China llegó y, como si fuera mi mamá, le dijo ¿Acaso sabes su apellido? ¡NO! Y no, él no sabía mi apellido porque ¿quién diablos pregunta apellidos en Año Nuevo?
Y de pronto me dijo ¡Soy romántico porque soy francés!, mientras yo tarareaba a Justin en mi mente.
En fin, la China me salvó de caer en las garras de un romántico francés y nos fuimos de vuelta al pueblo cuyo nombre no recuerdo, cantando nanina nah nah nah nanina nah nah nah let me love you, let me love you hasta el cansancio.
Como rara vez tomo alcohol, al otro día desperté pidiendo perdón. La China me despertó A LAS 10 DE LA MAÑANA, como si de un castigo se tratara, algo inconcebible para un 1 de enero. Debíamos marcharnos porque la novia japonesa de Yen decidió hacerle una visita y aparentemente no le había dicho que iba a pasar Año Nuevo con tres chicas.
Yen nos llevó a una isla preciosa llamada Enoshima. En la radio sonaba El Baile de los que sobran mientras teníamos al monte Fuji en el horizonte. Fuimos a un templo, comimos delicias japonesas y nos reímos de la noche anterior.
Seamos francos: no sé si puedo calificar como épico este Año Nuevo en Tokio. Por lo general, creo que la gente se hace muchas expectativas para la última noche del año, como si de eso dependiera cómo va a ser el que viene. Bailé, conocí gente, estuve con amigos que aprecio y desperté en mi ciudad favorita. ¿Qué más puedo pedir? Fue un excelente Año Nuevo en Tokio 2017 😉
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