Errores en mi primer viaje sola
Esto de mochilear por el mundo tiene mucho de ensayo y error. No es que un día alguien se levante y diga ¡soy el mago de las finanzas y recorreré el planeta con 5 dólares diarios! No es mi caso.
Por eso quiero compartir contigo 4 errores que cometí al viajar sola a Nueva Zelanda. Técnicamente era mi segundo viaje sola, pero el primero fue cuando fui a Estados Unidos a trabajar en un crucero, así que no vale tanto.
Algunos de mis errores fueron involuntarios, por supuesto. Otros, surgieron por flojera o por falta de información.
Lo rescatable es que aprendí nuevas lecciones sobre cómo no malgastar mi dinero. Si hubiera tomado estos consejos, no habría tirado por la borda lo que ahorré trabajando en un crucero ni me habría visto obligada a buscar trabajo urgente en un hotel de Franz Josef en la isla sur.
Estos son los errores de novato que cometí cuando “aprendí” a viajar mochileando en mi primer viaje sola.
Alcohol, el maldito alcohol
Así como Hemingway tituló su novela “París era una fiesta”, yo podría titular este artículo “Auckland era una borrachera constante”. La realidad es que viajar sola por Nueva Zelanda fue una fiesta casi de principio a fin. Tanto así, que mis últimas semanas las pasé recorriendo Bay of Islands en plan de viaje de desintoxicación. No literalmente, pero con mis compañeras de viaje decidimos que no habría alcohol, hombres o fiestas. Necesitábamos descansar el hígado.
Era mi primera vez mochileando absolutamente sola y el alcohol fue mi mejor carta de presentación. Gracias a una botella de pisco sour conocí a Eva, una alemana que había vivido en Chile. Ella se convirtió en mi amiga y me consiguió un trabajo en el Fat Camel, así que me quedé ahí durante varios meses.
En este hostal había fiesta todos los días. Si nos aburríamos, nos íbamos al hostal de la esquina. Si ahí no había nada, nos íbamos a otro hostal amigo. Y si nos aburríamos de los hostales, nos íbamos a bailar a Cassette 9 o a Danny Doolan’s.
Para colmo, salía con un irlandés: la cerveza se había convertido en la sangre de mis venas, lo que era absurdo, porque no tengo mucha tolerancia al alcohol. Esto no evitó que recorriera otras ciudades y tuviera otro tipo de actividades. Trabajaba a cambio de alojamiento y puedo asegurar que un gran porcentaje de mi presupuesto se fue en fiestas. Me lo pasé de puta madre.
Lección aprendida: no es necesario tomar alcohol para pasarlo bien —pero la marihuana ayuda—. Perdí algunos días durmiendo por culpa de la resaca. Creo que mi viaje por Nueva Zelanda fue un punto de inflexión en mi vida en el que pasé de mi yo fiestero a mi yo más reflexivo.
No sólo de noodles vive el hombre
En un comienzo sólo comía noodles. De esos noodles salados, de caja. Los compraba en los supermercados asiáticos y así vivía, muerta de sed, pero orgullosa porque casi no gastaba en comer. Entre la mala alimentación y la cerveza, me estaba deshidratando y bajando de peso de una manera poco saludable. ¿Entonces qué hice? Empecé a ir al supermercado y a comprar lo que realmente me gusta: paltas grandes y verdes que me recordaban a Chile, pan de molde integral, hummus, avena, leche, Coca Cola light —lo sé, soy lo peor—, jamón, duraznos y frutillas.
Por supuesto, nada de la lista era amable con mi bolsillo de mochilera. Cuando no me quedaba comida, simplemente iba al sucucho de la esquina y compraba sushi, el mejor sushi de mi vida. Creo que tan sólo una vez compré carne. Cuando estuve en Christchurch fui un poco más consciente de los gastos y comí arroz cuatro días seguidos, mientras los japoneses del hostal preparaban platos deliciosos y mi bilis rogaba por un poco de ajo y sabor.
Lección aprendida: no sólo de noodles vive el hombre. Tampoco de palta Hass. Debo aprender a cocinar. Aún no lo hago, pero tengo algunas recetas sencillas y puedo sobrevivir comiendo arroz con verduras, agua y mucha, mucha avena.
Reservar hostal a última hora y viajar sólo en buses
La elección del Fat Camel fue fortuita. Cuando viajaba desde Chile a Nueva Zelanda, mi avión hizo una escala eterna en Buenos Aires, donde aproveché de reservar un hostal en Auckland. Hay que entender que mi ritmo de vida era muy frenético y sólo 72 horas antes estaba arriba de un barco, en Estados Unidos, terminando una relación amorosa y volviéndome medio loca con los pasajeros. Aún así, no es excusa. Me declaro culpable.
Planificar es parte fundamental de todo viaje de bajo presupuesto. Cuando veía las libretitas de los viajeros alemanes me sentía un desastre. Pero bueno, tampoco se trata de organizar todo, también es necesario dejar espacio a la espontaneidad. Ahora busco alojamiento de manera anticipada a través de Booking.com.
Otro error que cometí fue que sólo consideré viajar en buses. Recién en los últimos meses de mi periplo por Nueva Zelanda, compartí auto por una módica suma. Busqué en Internet y terminé compartiendo un viaje de 4 horas con un australiano con el que no paramos de hablar en todo el camino.
También arrendamos una van con dos chicas del Fat Camel en ese seudo viaje de desintoxicación a Bay of Islands, al norte de Auckland. También tuve mi primera experiencia en Couchsurfing. Sí, sí, cuando el ruso me tiró los cuchillos. Si no sabes de qué estoy hablando, te recomiendo leas Couchsurfing: Durmiendo con Extraños.
Lección aprendida: buscar opciones con tiempo, planificar, y confiar en las oportunidades que otros viajeros pueden brindar.
Fashionista versus mochilera: una relación (casi) imposible
Ahora miro hacia atrás y no lo logro entender. Volví de Nueva Zelanda con la maleta llena de ropa nueva. Un espíritu consumista se alojó en mi cuerpo y me obligó a pasear innumerables veces por las calles de Queen Street en busca de nuevos vestidos para estrenar en las fiestas del hostal. ¡Y ni siquiera existía Instagram! Además, gasté dinero inventándome disfraces para las fiestas temáticas que organizaba el Fat Camel casi todas las semanas. De esto no me arrepiento porque lo pasé increíble y porque las tiendas de los chinos tenían todo para el mochilero creativo.
También me cambié de color el pelo como tres veces. Tampoco es que haya hecho zumbar la tarjeta, pero eran gastos innecesarios.
Lección aprendida: creo que es un poco obvio. No gastar en cosas innecesarias como vestidos o zapatos con tacones. Lo bueno fue que compré una chaqueta para la nieve y una mochila de 55 litros por la mitad del precio que se vende en Chile.
Hoy hasta pareciera que fuera otra persona. Sin embargo, a pesar de todos estos errores, aprendí muchas cosas y experimenté otras. Por ejemplo, trabajé como voluntaria para el Festival de año nuevo Rhythm & Vines y me ahorré aproximadamente 300 dólares neozelandeses por 4 noches increíbles 🙂
La moraleja es simple: para evitar los errores de novato hay que leer muchos blogs, aprender de la experiencia ajena y cuidar más el presupuesto. Cuando uno es joven y viaja solo por primera vez, es relativamente fácil tomar malas decisiones y dejarse llevar por la fiesta. Yo no me arrepiento, pero ahora tomo precauciones y difícilmente me paso un día sin salir a recorrer por culpa del trasnoche o del exceso de alcohol. Madurez creo que le llaman.
Espero que estos errores que cometí al viajar sola a Nueva zelanda te sean de utilidad en tu próxima aventura.