Viaje de prensa para conocer atractivos turísticos de la región de Atacama, diciembre 2018.
Texto y fotos: Anita Puelma.
Edición: Fran Opazo.
El norte es engañoso. Desde el avión observas, si vienes de Santiago, cómo el color verde, los prados y toda la vegetación se desvanece. Desde los aires se ve un paisaje árido, desértico. Y asumes que el calor debe ser sofocante porque estás allí, en una de las zonas más secas del país, sin árbol para refugiarte. Pero no. En esta parte del norte corre un viento que si te pilla exento de bloqueador, te marca.
Viento y costa marina. Las noches son heladas. Así nos lo advirtieron Marcela y Rhodia al darnos la bienvenida en este viaje de 3 días, organizado por Sernatur Atacama. Hay que ir preparado para ver todo en un lugar donde parece haber nada.
Trekking en el Parque Nacional Pan de Azúcar
Desconexión. Esa es la razón principal de ser de este parque. La última ciudad con bencina, supermercado y señal es Chañaral, a 15 km de distancia. La Playa el Soldado está frente a la zona de camping y las cinco cabañas donde uno puede alojar. El paisaje está rodeado de cerros, cientos de cactus y maleza. En verano es la única época en la que los tres restaurantes que están en la caleta están funcionando.
Almorzamos en El Changuito: empanada frita de queso con ostiones y congrio frito con ensalada chilena. Imposible sentirse culpable ante tanto placer. Para digerir todo hacemos una navegación de una hora hacia la Isla Pan de Azúcar. Pingüinos saltando rocas, lobos en plena siesta y un mar de medusas anaranjadas son parte de la fauna presente en los paisajes de la región de Atacama.
Aquí hay cinco rutas de trekking, pero la más popular es El Mirador, de 2.5 kilómetros. Tras 45 minutos, se llega a una muy ligera cuesta y se observa un paisaje de infarto: la quebrada en altura con la Playa El Soldado detrás. El sol se refleja en el mar e ilumina todo con un tenue romanticismo. Un escenario difícil de olvidar.
Arena paradisíaca en el Parque Llanos del Challe
Llanos del Challe significa “lugar de piedras blancas”, ya que en sus cerros hay mucho cuarzo. Este parque llega a su peak cuando hay desierto florido, llegando a casi 20 mil visitas el 2017.
“La gente cree que el desierto florido es solo una parte y solo ve esa alfombra de flores moradas, que es La Pata de Guanaco”, cuenta Sergio Araya, el guardaparque. Dice que haciendo los trekking de allí, se pueden apreciar muchas flores distintas, entre ellas la Garra de León, endémica, y que pueden pasar 10 años sin que florezca.
El parque cuenta con varios senderos: Centenario (2.5 km), Corrales (5.2 km) y una nueva ruta llamada Alberto Villegas en honor al guardaparque más experimentado del lugar, de 11 km. Tanto Villegas como Corrales cuentan con un mirador.
Sin embargo, la que se lleva todos los aplausos es Playa Blanca, catalogada como una de las 10 mejores playas de Chile. Su arena, blanca y suave, es poco común. El día nos tocó nublado, pero cuando el sol pega, dicen, el agua se ve turquesa.
Para los amantes de la fauna, acá está la segunda población más grande de guanacos en Chile. También se pueden ver zorros, ratón orejudo darwin, yaca, reptiles, y aves como flamencos y patos.
Cata de olivos centenarios en Vallenar
En la zona del Huasco Bajo, en Vallenar, está el aceite de oliva más histórico. De la época de Pedro de Valdivia y Diego de Almagro. El primero trajo estas semillas sevillanas como ofrenda para calmar tensiones. Así los diaguitas aprovecharon y cultivaron, dejando a Daisy Rojas y a su familia con una herencia viva que perdura hasta hoy en día: los olivos más antiguos de Chile, con más de 500 años.
El tour parte con un paseo por el predio. Entre explicaciones nos detenemos frente al único árbol que parece gris, muerto. Lo llaman El Apestado. No da frutos, pero por extrañezas de la vida, jamás han podido cortarlo. Ahora entienden que es, quizás, el árbol más importante del lugar, el que da vida, prosperidad. Curiosamente, lo rodean solo árboles verdes, frondosos, vivos. Daisy nos invita a abrazarlo, a escuchar la naturaleza. Un colibrí vuela en medio del silencio. Y allí estamos, abrazando el tronco de un árbol de 325 años de antigüedad.
El paseo termina con una degustación de aceitunas y aceite de oliva. Nos despedimos y emprendimos camino —otras tres horas— a Chañaral de Aceituno, donde nos quedamos en las cabañas El Español, ubicadas frente al mar.
Avistamiento de ballenas en Chañaral de Aceituno
Sin duda, Chañaral de Aceituno es el lugar más esperado del recorrido. A las siete de la mañana suena el despertador. Nos dirigimos a la caleta, que nos recibe decorada con banderas de colores, dando inicio a la temporada de avistamiento de ballenas. Bienvenido verano, bienvenidos cetáceos.
La búsqueda de ballenas va más o menos así: se vislumbra lejos, bien lejos, un chorro de agua saliendo del mar. El bote de dirige a toda velocidad y disminuye al acercarse al punto. Se detiene totalmente, se apaga el motor. Se espera. Probablemente haya quedado el aletazo del cetáceo como señal. Se espera nuevamente. El ambiente se tensiona y, burlescamente, la joroba de la ballena se asoma justo donde nadie mira. Hasta que en algún punto la suerte extiende una mano y se logra ver su oscura piel asomarse sobre las olas.
Cuatro ballenas, cinco delfines, incontables lobos marinos, centenares de aves, un grupo de pingüinos de Humboldt en la Isla Chañaral —parte de la Reserva Nacional de este animal— y dos nutrias, fue el resultado de casi tres horas de exitoso avistamiento.
Observando la Luna en Vallenar
La noche nos depara un panorama especial: un astrotour. Primero dejamos las cosas en El Origen, una parcela convertida en hotel. Son 18 habitaciones que dan al centro, donde hay una piscina, patio y mesas, todo decorado con un estilo nortino.
Una vez acomodados, volvemos a subirnos a la van para internarnos por Camino Los Porotos, en la zona de Barrio Imperial en Vallenar. En medio de un terreno desértico en pleno cerro, hay una familia que llegó hace veinte años a instalarse con carpas. Actualmente tiene construido una mezquita, casa y quincho. Raúl Silva, el dueño, nos invita a ver su arte haciendo velas con carcasas hechas de arena. Las decora con petroglifos, dibujos dejado por los diaguitas. Se pueden encontrar en Instagram como Velas Mehuen (significa acoger en mapudungún).
Luego de un buffet de comida casera, nos invitan a ver la luna llena a través de un telescopio creado por los Telescoperos Atacama Sur. Narran cómo ha sido la observación de la galaxia a través de los años y dan consejos sobre qué lugares serán los mejores para ver el eclipse solar del 2019: Domeyko, Cachiyuyo e Incahuasi.
Hablando de cometas, meteoritos y del desconocimiento del infinito cielo que nos rodea, observamos la luna con distintos filtros hasta la medianoche. Regresamos a brindar con un pajarete —vino dulce típico de la región— al hotel. Es la única forma de decir adiós a esta experiencia inolvidable recorriendo los atractivos turísticos de la región de Atacama.
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